viernes, 20 de marzo de 2020

A modo de esperanza

Resulta difícil encontrar un poeta que haya arrancado su trayectoria con un poema tan acabado como "Serán ceniza...", y casi imposible ya superarse a lo largo de su producción. Ese prodigio lo realizó José Ángel Valente. Hoy quiero traer aquí ese poema porque aunque en cualquier ocasión nos contagia de su resistencia a la derrota, en estos días de reclusión y zozobra es especialmente pertinente su determinación de proclamarse en la esperanza. En el fondo lo hace toda poesía, por muy sombría que nos pueda parecer. El hecho mismo de escribirla y leerla es una forma de resistencia contra las adversidades de la existencia y contra los discursos del poder, tan pobres y tan empobrecedores.

                                  "Serán ceniza…"

                     Cruzo un desierto y su secreta
                     desolación sin nombre.
                     El corazón
                     tiene la sequedad de la piedra
                     y los estallidos nocturnos
                     de su materia o de su nada.

                     Hay una luz remota, sin embargo,
                     y sé que no estoy solo;
                     aunque después de tanto y tanto no haya
                     ni un solo pensamiento
                     capaz contra la muerte,
                     no estoy solo.

                     Toco esta mano al fin que comparte mi vida
                     y en ella me confirmo
                     y tiento cuanto amo,
                     lo levanto hacia el cielo
                     y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.

                    Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
                    cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.


    El poema sorprende por su tono directo, sereno y la aparente ausencia de recursos y artificios literarios, como si el intertexto de Quevedo que le sirve de inspiración hubiera que leerlo en estos tiempos modernos (o post) descargándolo de su énfasis, su cierta grandilocuencia y su absoluta seguridad, pero manteniendo el espíritu de quien sigue apostando todo a la esperanza.

    Los verbos en presente y la situación incompatible con la escritura (cruzo) nos sumergen de manera inmediata en el modo alegórico, en ese desierto que está hecho de la aliteración susurrante y nocturna del sonido "s" (desierto, secreta, desolación), que se prolonga astillándose en la sequedad y el estallido del corazón, y nos propone así una melodía cortante como la verdad de un final que pasando por la materia acaba en la nada.

    La segunda estrofa demora el signo de esperanza alejando la luz y dejando para el final (y con qué fuerza) la adversativa. La conciencia de que uno no está solo tiene que pelearse todavía con la concesiva y su enorme carga negativa puesta de manifiesto por el encabalgamiento: "después de tanto y tanto no  haya", para desembocar en la certeza absoluta del último verso: "No estoy solo".

    La victoria contra la desolación se cifra en la mano que, gracias al deíctico de proximidad (esta), se pone al alcance de todos. Una nueva aliteración viene a corroborar el movimiento de ascensión, la fuerza del elevarse (tiento, cuanto, levanto), y hace que la concesiva esta vez pierda toda su carga de terror. La capacidad del ser humano de aceptar y celebrar su destino por medio de la palabra elevada del poema lo pone por encima de su propia destrucción.
   
    En este punto hay que enfrentar el texto a su fuente quevediana. La verdadera dignidad no consiste ya en buscar el subterfugio de la adversativa como forma de escapatoria: "Serán ceniza mas tendrán sentido", sino en asumir que la ceniza no admite paliativos, y sin embargo la concesiva (aunque sea ceniza) se abre ahora agrietando el discurso de la desolación para acabar proclamando la esperanza, que como "esta mano" se nos ha tendido. La ceniza puede no tener sentido pero queda al menos la valentía de proclamar su sinsentido, de mirarla cara a cara sin espanto y de hacerle doblar las rodillas del signo lingüístico para darle el nombre de esperanza. Quizá el juanramoniano nombre exacto de las cosas haya que traducirlo como la necesidad de dar nombre a nuestra perplejidad, que no es precisamente labor de la inteligencia (aunque también) sino de una oscura intuición de que existir es comunicarnos con lo que nos mantiene en la existencia, aunque sean ficciones, aunque sean poemas.

sábado, 7 de marzo de 2020

Un pequeño poema de Borges


El maestro Borges escribió memorables poemas que, al menos a mí, me han revelado aspectos de la realidad que sin ellos probablemente nunca hubiera conocido. No hay gratitud bastante con que reconocérselo. Hoy quiero detenerme, a modo de pequeño tributo, no en esos poemas inmensos, sino en un breve y escondido poema de su primera etapa, no menos revelador, sin embargo.

                                El Sur

           Desde uno de tus patios haber mirado
           las antiguas estrellas,
           desde el banco de sombra haber mirado
           esas luces dispersas
           que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
           ni a ordenar en constelaciones,
           haber sentido el círculo del agua
           en el secreto aljibe,
           el olor del jazmín y la madreselva,
           el silencio del pájaro dormido,
           el arco del zaguán, la humedad
           —esas cosas, acaso, son el poema.


Lo primero que llama la atención de texto es que los doce versos de que consta forman una sola oración, estructurada en forma atributiva de manera global. Su sujeto es una sucesión paralelística de infinitivos compuestos: «haber mirado» (2 veces) y «haber sentido», forma que desde luego no es prototípica para la función de sujeto y que pone de relieve el carácter pretérito y acabado aspectualmente de la acción, sin indicar el sujeto, consiguiendo así un alto grado de abstracción, que viene contrapesado con expresiones referenciales concretizadoras como «uno de tus patios», «el banco de sombra», que además sitúan en un ambiente de cotidianidad la escena.

Sorpresivamente aparece el enunciador (y sujeto de las acciones) en el verso 5 de manera indirecta: «mi ignorancia». A partir de entonces el poema sigue ganando en abstracción, pues pasamos de «mirar» al más genérico «sentir» (con la implicación de que la caída de la noche impide el sentido de la vista), pero mientras que «el olor del jazmín y la madreselva» se pueden, en efecto, «sentir», no ocurre lo mismo con «el círculo del agua» o, sobre todo, con «el silencio del pájaro dormido», que implica la ausencia de toda sensación. De esta manera, sentir extiende su sentido a adivinar, con la creación de un nuevo concepto que mezcla ambos, lo cual es pertinente, a primera vista, para establecer la conexión final entre «esas cosas» y «el poema», de manera que una lectura posible del texto es que el «poema» se mueve en el entorno de ese «adivinar sensorial», al igual que juega en el terreno intermedio entre lo abstracto y lo concreto, según ha mostrado el desarrollo del texto.

No obstante, las indeterminaciones llegan más lejos, pues aparte de la actitud dubitativa del hablante («acaso»), se detectan dos ambigüedades más: «esas cosas», ¿se refiere a las acciones o a los objetos, o al conjunto de ambos?; y el verbo «ser» ¿hay que entenderlo como estrictamente copulativo o como expresión de causalidad: «esas cosas generan el poema»? Parece claro que lo que quiere comunicar el texto es que la poesía tiene su esencia más propia en las indeterminaciones, en la imprecisión y en cierta vaguedad en los límites de lo acostumbrado, y lo transmite precisamente con construcciones que tienen esa cualidad. El paralelismo y la yuxtaposición como estrategias constructivas para desarrollar una sola amplia oración propician esos efectos de parsimonia, concentración y amalgamiento de sentidos y significados.

La poesía es, pues, ese tanteo entre lo múltiple que deviene (acaso) unidad, y la noche en que se esconde quien enuncia es la invitación para el que lee a borrar contornos, confundir conceptos y soñar imposibles simultaneidades. Tantas solapadas vidas caben en un patio tan pequeño.