Leo estupefacto, incluso con rebatiña de nudillos en los párpados, en ABC (periódico hasta hace poco serio, y fiable en el ámbito cultural) en su edición digital del 15 de marzo de 2015 que un libro de poesía publicado en 2011 ha vendido la energuménica cantidad de 21.000 ejemplares.
Todavía con el tembleque avispándome el cuerpo acudo a Google (es lo que más a mano me queda en cuestiones de omnisciencia) para paladear algo de las mieles de tal portento, del que, ¡pecador de mí!, no he tenido noticia en mi solar pinariego; y mientras con una mano tecleo con la otra me flagelo y cilicio por mi descomunal negligencia.
Así, pues, ávido y golpeado, doy con un nutrido florilegio de poemas y citas del estratosférico libro. ¿Cómo ponderar, oh lector, el fracaso de tanta máquina, el tarascón de tan magno derrumbe, el arrastrarse por los hondos del abismo de tan alta ilusión enaltecida? Apenas logré salir de los escombros del primer encuentro: "Los mudos no gritan, los sordos no ven la música, / con las cinco letras que se escribe tarde / no puedes escribir ahora, / el amor que fue, ese ya nunca vuelve". ¡Toma!, si es Bécquer sin golondrinas y en presente. El tío acaba de darle un revolcón al lenguaje poético español releyendo a Bécquer con gafas de la LOGSE, LODE, LOMCE o LOquesea. Nótese, además, la sutil tautología (para los lectores habituales del libro: "perogrullada" y aún así no sé) con que arranca el fragmento, a la que salva in extremis una apañada sinestesia (nota ídem: cruce en las sensaciones de dos sentidos distintos sin apoyo de sustancias estupefacientes); y por último, es de admirar la maestría en el idioma demostrada por quien no teme, intrépido, al siempre acechante anacoluto (nota ítem más: aquí me rindo), donde otro poeta, más miedoso del idioma, más pacato él, hubiera escrito una ramplonería: "con las cinco letras con que se escribe tarde". Pero no hay que descartar la traición del tipógrafo, que le ha birlado una coma a la genialidad a la que probablemente apuntaba tan avizorado autor: "con las cinco letras, que se escribe tarde". Este era sin duda el verso original, que se dice pronto.
Descorazonado, desarmado y cautivo, me fue imposible seguir, según comprenderá el atento lector. Pero, como es cosa que a uno estos desmanes no le pueden dejar frío, me puse a reflexionar, mano en la sien cual un Jovellanos del barbecho mesetario y anacrónico. Y la primera estación de mi reflexionar fue pensar que los 21.000 presuntos poemarios vendidos (más los que hayan circulado clandestinamente y sin atascarse por la red) tenían como lectores a adolescentes. No en vano, al autor se le encumbra como adalid de la nueva poesía joven. Entendía yo, en mi corto cavilar, que cualquier adolescente en condiciones normales de escolarización y salud mental sería capaz de escribir el fragmento que acabo de citar u otro muy similar, sin mucho desgaste de meninges... Cuando, ¡tate!, me di cuenta de mi error: los adolescentes de hoy admiran este tipo de poesía (sic) precisamente porque NO son capaces si quiera de escribir algo que a un quinceañero de, digamos, hace 30 años le resultaría sencillo, pero al que no se le pasaría por la cabeza ni lejanamente publicarlo como poesía. Como mucho, le serviría para ligar y olvidarse de él, sin daños a terceros y sin traspasar el himen de lo impreso.
La segunda y última parada de mi reflexión (mira que cansa esto de pensar) fue cómo se les podría enseñar a estos 21.000 boquiabiertos lectores a apreciar a los grandes (Góngora, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Darío) cuando su referente lírico más cercano es semejante mamarracho. Que los medios de comunicación y grandes grupos editoriales (por lo visto, el deturpador de Bécquer ha fichado por Planeta) le den cancha, habla muy poco y mal del nivel cultural del país y de lo que nos espera, leyes orgánicas mediante.
Pero no nos despidamos ceñudos y enojados. Dejemos otra perla temblando en la sonrisa, a lomos del descojone:
con el tiempo he aprendido
que no es lo mismo ayer que mañana