sábado, 26 de septiembre de 2015

Podrá no haber poetas...


Leo estupefacto, incluso con rebatiña de nudillos en los párpados, en ABC (periódico hasta hace poco serio, y fiable en el ámbito cultural) en su edición digital del 15 de marzo de 2015 que un libro de poesía publicado en 2011 ha vendido la energuménica cantidad de 21.000 ejemplares.

Todavía con el tembleque avispándome el cuerpo acudo a Google (es lo que más a mano me queda en cuestiones de omnisciencia) para paladear algo de las mieles de tal portento, del que, ¡pecador de mí!, no he tenido noticia en mi solar pinariego; y mientras con una mano tecleo con la otra me flagelo y cilicio por mi descomunal negligencia.

Así, pues, ávido y golpeado, doy con un nutrido florilegio de poemas y citas del estratosférico libro. ¿Cómo ponderar, oh lector, el fracaso de tanta máquina, el tarascón de tan magno derrumbe, el arrastrarse por los hondos del abismo de tan alta ilusión enaltecida? Apenas logré salir de los escombros del primer encuentro: "Los mudos no gritan, los sordos no ven la música, / con las cinco letras que se escribe tarde / no puedes escribir ahora, / el amor que fue, ese ya nunca vuelve". ¡Toma!, si es Bécquer sin golondrinas y en presente. El tío acaba de darle un revolcón al lenguaje poético español releyendo a Bécquer con gafas de la LOGSE, LODE, LOMCE o LOquesea. Nótese, además, la sutil tautología (para los lectores habituales del libro: "perogrullada" y aún así no sé) con que arranca el fragmento, a la que salva in extremis una apañada sinestesia (nota ídem: cruce en las sensaciones de dos sentidos distintos sin apoyo de sustancias estupefacientes); y por último, es de admirar la maestría en el idioma demostrada por quien no teme, intrépido, al siempre acechante anacoluto (nota ítem más: aquí me rindo), donde otro poeta, más miedoso del idioma, más pacato él, hubiera escrito una ramplonería: "con las cinco letras con que se escribe tarde". Pero no hay que descartar la traición del tipógrafo, que le ha birlado una coma a la genialidad a la que probablemente apuntaba tan avizorado autor: "con las cinco letras, que se escribe tarde". Este era sin duda el verso original, que se dice pronto.

Descorazonado, desarmado y cautivo, me fue imposible seguir, según comprenderá el atento lector. Pero, como es cosa que a uno estos desmanes no le pueden dejar frío, me puse a reflexionar, mano en la sien cual un Jovellanos del barbecho mesetario y anacrónico. Y la primera estación de mi reflexionar fue pensar que los 21.000 presuntos poemarios vendidos (más los que hayan circulado clandestinamente y sin atascarse por la red) tenían como lectores a adolescentes. No en vano, al autor se le encumbra como adalid de la nueva poesía joven. Entendía yo, en mi corto cavilar, que cualquier adolescente en condiciones normales de escolarización y salud mental sería capaz de escribir el fragmento que acabo de citar u otro muy similar, sin mucho desgaste de meninges... Cuando, ¡tate!, me di cuenta de mi error: los adolescentes de hoy admiran este tipo de poesía (sic) precisamente porque NO son capaces si quiera de escribir algo que a un quinceañero de, digamos, hace 30 años le resultaría sencillo, pero al que no se le pasaría por la cabeza ni lejanamente publicarlo como poesía. Como mucho, le serviría para ligar y olvidarse de él, sin daños a terceros y sin traspasar el himen de lo impreso.

La segunda y última parada de mi reflexión (mira que cansa esto de pensar) fue cómo se les podría enseñar a estos 21.000 boquiabiertos lectores a apreciar a los grandes (Góngora, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Darío) cuando su referente lírico más cercano es semejante mamarracho. Que los medios de comunicación y grandes grupos editoriales (por lo visto, el deturpador de Bécquer ha fichado por Planeta) le den cancha, habla muy poco y mal del nivel cultural del país y de lo que nos espera, leyes orgánicas mediante.

Pero no nos despidamos ceñudos y enojados. Dejemos otra perla temblando en la sonrisa, a lomos del descojone:

                 con el tiempo he aprendido
                 que no es lo mismo ayer que mañana         



domingo, 7 de junio de 2015

Astillas, de Miguel Ángel Curiel



Miguel Ángel Curiel, Astillas. Madrid: Calambur, 2015. 76 págs.


   Sin abandonar el estilo personal que le ha valido un puesto destacado en el panorama lírico español, Miguel Ángel Curiel ha cerrado el ciclo de los elementos (agua, aire, tierra), o por mejor decir lo ha entrecerrado –pues lo elmental sigue siendo la base de su poetizar–, y ha centrado su nuevo libro, si podemos fijar algo de todo lo que sugiere, en el problema de la identidad y la comunicación, temas que ya habían aparecido en otras entregas.
    Como siempre en su poesía, el hecho de estar en el mundo se presenta como enigma y nos vamos moviendo a lo largo del poemario por entre signos contradictorios, contrastantes, aporéticos. El primer poema nos sitúa ya en el espacio donde el hombre se enfrenta a la nada, como en el célebre poema de Montale (“Forse un mattino andando in un'aria di vetro”), donde el sujeto lírico esperaba, “con un terror de borracho”, encontrar la nada al volverse a mirar. Pero en Curiel no se trata de un vacío ontológico exactamente sino de una figuración de la identidad: damos a los demás la ilusión de existir, pero es solo un espejismo; dentro hay un hueco, un sol de soledad, que calcina el interior y brilla solo hacia el exterior. Este sol-estrella se constituye en símbolo central del libro, y lo encontramos de nuevo en la “estrella del vino” como soporte de una embriaguez vital (11), el sol como la luz de la muerte (14), las estrellas como una cosecha de luz sacada de la negrura (16). En este último ejemplo el elemento “luz” que calcina o aniquila se une a otro elemento muy presente en todo el poemario, el de la orfandad universal, aquí en forma de “ser desangelado” (16), que se repite en el poema inmediatamente posterior: el hombre como ángel descarnado. Y en ambos poemas hallamos de nuevo una constante en la poesía de Curiel, la presencia del color blanco (“Hombre desnudo en la nieve” se titula el poema) como un cromatismo de la pureza de la desaparición, nunca sabemos exactamente si  negativo o positivo. El problema de la identidad se va trenzando, pues, en nuestra lectura a base de estas figuraciones que insisten en la luz blanca que ilumina lo otro, pero no su origen, dejando una soledad de seres caídos de algún estado angélico. Rilke y Celan, evidentemente, por entre bambalinas.
   Resulta, sin embargo, nueva la figuración de la identidad por medio de símbolos vegetales negativos, en especial la imagen reiterada de árboles secos. En “Trasmoz” encontramos la idea de la desasistencia angélica unida a la de la vegetación muerta: “Hombres sin ángeles / agarrados / a ramas secas, / a las raíces / de su yo” (12). Aquí comprobamos que el origen vacío del yo, su soledad radical, se confunde con un exterior muerto, al contrario de lo que ocurría con las imágenes de la luz. Más interesante a este respecto es el poema “Dehesa” (33), donde el sujeto poético se identifica con el árbol arrancado: “y me sequé de pie / como un tú que tiene ramas”. Este desdoblamiento supone un intento de retorno a las raíces, pero el origen vuelve a aparecer como una luz muerta: “El tú que mete / la cabeza en la tierra / para ver la casa, lo abierto / de los ojos que se encienden / con el sol frío”. También puede tratarse aquí del “sol frío” de la muerte, ya que asistimos a un enterramiento, pero la lectura es, sin duda, mucho más rica y difícilmente comunicable.

viernes, 17 de abril de 2015

Los sonetos de Ángel González


     La escasa presencia de sonetos en la producción de Ángel González (dieciséis en una obra que abarca más de cinco décadas) es la probable causa de que apenas se haya estudiado este aspecto en la poesía del ovetense. Pero es precisamente la escasez y excepcionalidad en su cultivo lo que quizá hace más significativa la aparición de esta forma, a lo que hay que añadir el hecho de que, si bien la mayoría de los sonetos se agrupan en los inicios de su carrera lírica (los dos primeros libros suman once de los dieciséis totales), González parece haber sentido cierto apego por ellos, pues no deja de cultivarlos hasta el final. De hecho, es el soneto la única forma métrica del repertorio a la que se atiene; a excepción de unas décimas en Áspero mundo, con muchas licencias, y unos serventesios titulados «Calambur» en Muestra, corregida y aumentada. Tampoco es muy partidario nuestro poeta de la rima consonante, propia del soneto, aunque aprovecha en ocasiones sus potencialidades humorísticas y sarcásticas, cuando no socarronas.
 
     Contribuye también a esta desatención crítica el hecho de que el tono propio del soneto no coincide con lo que acabará siendo el estilo característico de la poesía de Ángel González, apreciable ya desde las primeras entregas, cuando el soneto es todavía un elemento que merece toda una sección del poemario Áspero mundo. Como se la ha venido definiendo, la de Ángel González es una poesía de la ironía, el humor, las formas sueltas, el tono coloquial..., rasgos que se compadecen poco con la rigidez y la elevación que prototípicamente se atribuyen al soneto.

     El mismo autor ha hecho una distinción, a propósito de su obra primera, entre los poemas de un carácter más personal y los de inspiración más libresca. Sobre los sonetos de Áspero mundo declara:

versos muy literarios que expresaban poco o nada de mí: vagas disposiciones sentimentales, emociones más inventadas o deseadas que vividas (los Sonetos, casi todas las Canciones, y también los poemas de la parte titulada Acariciado mundo que, aunque derivados de un sentimiento amoroso verdadero, son únicamente, en el fondo, un puro ejercicio imaginativo)

     Ángel González encierra en estas palabras la clave interpretativa de la tensión que existe en toda poesía entre lo literario (lo recibido) y lo vivencial, lo cual se pone especialmente de manifiesto en el uso de formas tan rígidas y tan cargadas de historia literaria como el soneto. La tensión se incrementa cuando el poeta que elige el soneto opta, como es nuestro caso, por una poesía de la experiencia personal y de la comunicación inmediata con el lector. Literatura y vida, forma y vivencia son los dos polos entre los que se mueve toda poesía, y el soneto es especialmente apropiado para estudiar esta convivencia conflictiva de elementos, en tanto que tiende a la primacía de la forma y tiene una extensa historia literaria detrás.

     Sobre este tema podéis leer el artículo completo publicado en Prosemas. Revista de Estudios Poéticos, nº 1, 2014.

jueves, 12 de febrero de 2015

En el principio era Juan Ramón


Nadie duda de que Juan Ramón Jiménez está en el origen de la modernidad plena de la poesía española (la "modernidad" a secas podríamos situarla en Bécquer, aunque todo es discutible en estética y en etiquetas históricas). Sin el Juan Ramón del que me ocuparé ahora no hubiera existido la Generación del 27, o al menos no como la conocemos, y sin ella nuestra poesía actual sería muy  distinta.

Pero no se trata ahora de jugar a los futuribles a toro pasado, lo que me interesa es presentar algunas de las claves estéticas que a partir de la publicación de Diario de un poeta recién casado (1917) explican el vuelco de la poesía española y su camino por una nueva senda que deja arrumbadas en el desván de lo desvencijado las florituras modernistas y sus vistosas arquitecturas, tantas veces de humo.

Juan Ramón empieza a usar insistentemente por esta época la metáfora de la "fuga" o de la "huida" como expresión de su deseo de salir de una etapa dominada por las formas cerradas y perfectas (los sonetos, aunque fueran espirituales; los serventesios y cuartetos alejandrinos y marmóreos de Elegías o Laberinto) hacia una construcción más libre del poema. Pero no se trata solo de la libertad métrica, que por otra parte se ha exagerado siempre, empezando por el propio Juan Ramón Jiménez. Su autoproclamacion como introductor del verso libre moderno en español en Diario se contradice con un mínimo análisis de la forma de los poemas, que consisten en una combinación de endecasílabos y heptasílabos la mayor parte de las veces.

No, la novedad no está solo en la mayor soltura con que se usan los metros (sin abandonar la regularidad), la ausencia de rima o la mezcla de verso y prosa en el mismo libro, sino en que por primera vez se entrega el poema al lector como algo sin cerrar, no como un producto acabado sino como un proceso en que el lector participa también. Juan Ramón encuentra la manera de presentarnos el poema "haciéndose" en nuestra lectura por medio de algunas técnicas entre las que destaca la correctio como figura retórica. El poeta se corrige a sí mismo en el texto como si lo estuviera pensando al tiempo que el lector avanza por las palabras, y lo hace partícipe de sus dudas, de sus tropiezos expresivos, de sus tanteos hacia lo absoluto. Este procedimiento de corrección lo traspasará después el de Moguer a la concepción de su obra completa, que nunca considerará acabada.

En este sentido, hay que buscar la poesía más allá del poema, pues este es solo una fase, un intento de atrapar el auténtico poema, que siempre se escapa y se encuentra siempre en fuga.

No tiene poca importancia en este proceso el cambio de influencias que sufre Juan Ramón en esta etapa de su creación, pues pasa de la admiración anterior de la poesía francesa (más cerrada y arquitectónica) a un interés creciente por los poetas ingleses, irlandeses y norteamericanos, que practicaban una lírica más próxima al lenguaje cotidiano, y en una lengua que, al no dominar como el francés, permitía a Jiménez unos márgenes de interpretación más amplios. Podríamos decir que la vestimenta verbal del inglés no le apretaba tanto como el ropaje un poco ajado ya del francés.

Las reflexiones completas sobre todos estos aspectos de la poética juanramoniana los podéis encontrar en el artículo publicado en Ocnos. Revista de Estudios sobre Lectura, nº 5 (2009)

sábado, 24 de enero de 2015

Boca de prosas, de Ernesto Estrella Cózar

  
   Presentamos el último libro de la colección Olcades poesía, que nuevamente opta por un autor novel. Boca de prosas es, en efecto, el primer libro de Ernesto Estrella, nacido en Granada, y actualmente residente en Berlín, donde imparte seminarios en la Universidad de Postdam, después de haber pasado por Nueva York para hacer su doctorado en la Universidad de Columbia. Ha publicado ensayos de crítica literaria en diversas revistas, y dos monografías sobre crítica y teoría poética: Cansinos Assens y su contexto crítico (Universidad de Granada 2005) y Espacio, poema en prosa de Juan Ramón Jiménez (Visor 2013).

     Con Boca de prosas, Ernesto Estrella viaja a los orígenes del poema en prosa para devolvernos una poesía muy actual y en constante metamorfosis. Algo baudelairiano hay en estos fragmentos de una cotidianidad hechizada y a la vez matérica, como si nuestro entorno fuera un enorme cuerpo en que vivimos y nos vive, en justa correspondencia. También Joyce asoma aquí en el juego de lenguajes y registros. Pero es del poema en prosa surrealista, lo más alto a que se ha llegado en este género, de donde el libro extrae su fuerza y su brillo, su suave ironía ocasional, al servicio de una personal exploración del yo que es a la vez el sustrato de todas las vivencias posibles.

    Os dejo con uno de los poemas del libro:

Inicio de hombre

                                    Sólo tierra también en el origen. Extensa, detenida
                                   y dotada de cierta profundidad. En derrumbamien-
                                   to continuo temeroso del perro que arriba merodea.
                                   Camina, palpa, golpea, entierra su hueso en nuestro
                                   cuerpo de barro indefinido. Abre los surcos. Inserta
                                   lo ajeno. Se aleja.
                                      Los años turban y el hueso hibernado inquieta todo
                                   lo de su entorno y salta. La huella de un mordisco bus-
                                   ca su amo.  Inicia el camino llevándose consigo ese
                                   cuerpo hundido que ahora tiembla de rapto, de vida,
                                   de vida nuestra inclinada.
                                         Otros años van acallando el rumor de ese barro
                                   siervo articulado. Hasta que el cansancio vence, que
                                   un día llega.
                                        Pulido en nuestra herida despeñada, el hueso se
                                   sitúa de nuevo ante la espera.