Resulta difícil encontrar un poeta que haya arrancado su trayectoria con un poema tan acabado como "Serán ceniza...", y casi imposible ya superarse a lo largo de su producción. Ese prodigio lo realizó José Ángel Valente. Hoy quiero traer aquí ese poema porque aunque en cualquier ocasión nos contagia de su resistencia a la derrota, en estos días de reclusión y zozobra es especialmente pertinente su determinación de proclamarse en la esperanza. En el fondo lo hace toda poesía, por muy sombría que nos pueda parecer. El hecho mismo de escribirla y leerla es una forma de resistencia contra las adversidades de la existencia y contra los discursos del poder, tan pobres y tan empobrecedores.
"Serán ceniza…"
Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.
Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.
Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.
Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.
El poema sorprende por su tono directo, sereno y la aparente ausencia de recursos y artificios literarios, como si el intertexto de Quevedo que le sirve de inspiración hubiera que leerlo en estos tiempos modernos (o post) descargándolo de su énfasis, su cierta grandilocuencia y su absoluta seguridad, pero manteniendo el espíritu de quien sigue apostando todo a la esperanza.
Los verbos en presente y la situación incompatible con la escritura (cruzo) nos sumergen de manera inmediata en el modo alegórico, en ese desierto que está hecho de la aliteración susurrante y nocturna del sonido "s" (desierto, secreta, desolación), que se prolonga astillándose en la sequedad y el estallido del corazón, y nos propone así una melodía cortante como la verdad de un final que pasando por la materia acaba en la nada.
La segunda estrofa demora el signo de esperanza alejando la luz y dejando para el final (y con qué fuerza) la adversativa. La conciencia de que uno no está solo tiene que pelearse todavía con la concesiva y su enorme carga negativa puesta de manifiesto por el encabalgamiento: "después de tanto y tanto no haya", para desembocar en la certeza absoluta del último verso: "No estoy solo".
La victoria contra la desolación se cifra en la mano que, gracias al deíctico de proximidad (esta), se pone al alcance de todos. Una nueva aliteración viene a corroborar el movimiento de ascensión, la fuerza del elevarse (tiento, cuanto, levanto), y hace que la concesiva esta vez pierda toda su carga de terror. La capacidad del ser humano de aceptar y celebrar su destino por medio de la palabra elevada del poema lo pone por encima de su propia destrucción.
En este punto hay que enfrentar el texto a su fuente quevediana. La verdadera dignidad no consiste ya en buscar el subterfugio de la adversativa como forma de escapatoria: "Serán ceniza mas tendrán sentido", sino en asumir que la ceniza no admite paliativos, y sin embargo la concesiva (aunque sea ceniza) se abre ahora agrietando el discurso de la desolación para acabar proclamando la esperanza, que como "esta mano" se nos ha tendido. La ceniza puede no tener sentido pero queda al menos la valentía de proclamar su sinsentido, de mirarla cara a cara sin espanto y de hacerle doblar las rodillas del signo lingüístico para darle el nombre de esperanza. Quizá el juanramoniano nombre exacto de las cosas haya que traducirlo como la necesidad de dar nombre a nuestra perplejidad, que no es precisamente labor de la inteligencia (aunque también) sino de una oscura intuición de que existir es comunicarnos con lo que nos mantiene en la existencia, aunque sean ficciones, aunque sean poemas.
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